Mientras intento despistar al sueño y al cansancio investigando aquí y allá, Osborne está tumbado en el sofá jugando con su nuevo e inseparable amigo de chatarra mientras el televisor le pone banda sonora a sus flirteos virtuales multibanda. Con esta defragmentación cerebral que he desarrollado por estar siempre a diez cosas a la vez, no he podido evitar seguir los distraídos hábitos televisivos de Osborne y, ¡oh! acabo de darme cuenta de que... ¡comparto hábitat con algo muy parecido a una estrella de mar! Dejando a un lado los coeficientes intelectuales, en este caso el parecido es más que razonable.
Los borrones de tinta se esparcen por la hoja como la desesperada llamada de Max, que empieza a pedirme, de forma cada vez más insistente, que encuentre el rincón en el que está escondido, que le saque de ahí, que desea recuperar su esencia y volver a ser. Esta vez un ser recordado.
Nunca le he visto, pero conozco sus rasgos.
Nunca he hablado con él, pero le he escuchado a través de la voz de otros.
Nunca le he tocado, pero lo siento bien cercano.
Quizá ahora necesite contarme su historia para que alguien la escuche. Tal vez necesite ponerse en contacto con el niño que perdió hace ya un buen tiempo.
Dicen que alguien permanece sólo cuando se le recuerda, así que no puedo fallarle.
Casi un año en blanco, sin ninguna entrada, no ha bastado para poner en orden mis pensamientos. Para definir un tema sobre el que escribir continuadamente. Al fin y al cabo, ¿por qué limitarlo? Prefiero, simplemente, ir salvando las ideas que me rondan por la cabeza.
Y aquí estoy de nuevo con muchas ganas de escribir y teniendo poco claro lo que en realidad quiero decir. Empezaré contando que acabo de volver de un viaje... del viaje, más bien. Creo que en el mes y medio que he estado recorriendo India y Nepal he visto o aprendido mucho más que en toda mi vida. Pero no voy a explicar cómo es aquello o las cosas que he visto, para eso ya están las sobrevaloradas guías de turismo. Con lo que me quedo es con la extraña sensación que a día de hoy (una semana después de volver) me sigue invadiendo. Todo me parece extraño. Ahora me parece caminar por un escenario limpio y ordenado. Tal vez sea que me ha atacado tarde la supuesta introspección que uno "debe" tener cuando viaja por India. Tal vez sea que ver la dura realidad que sufren tantísimos otros con aparente resignación te pega un puñetazo en la boca del estómago que ya nunca puedes olvidar. Tal vez sea que desde que puse los pies allí no he podido deshacerme de una especie de sentimiento de culpa por ser lo que soy y no cualquier otra cosa. O tal vez sea que he roto todos los mitos que de allí se cuentan, que he odidado y a la vez justificado muchos comportamientos y que he sentido la ausencia de muchos derechos y libertades con los que afortunadamente me he acostumbrado a vivir.
Quiero dedicarle esta entrada al mejor grupo español que he oído en los últimos años: Vetusta Morla. Reconozco que había perdido un poco (bastante) la fe en los grupos de pop-rock españoles, porque parece que últimamente la cosa se había reducido a un subconjunto de chavales, y no tan chavales, de calidad sospechosa y letras de estribillo fácil que dan poco que pensar. Y por fin aparece en escena Vetusta Morla, un grupo de Madrid que, aunque esté dando el pelotazo ahora, lleva ya diez añazos dedicándose a esto... ¡qué poco entiendo la industria de la música! Con ese nombre que nos retrotrae a la época de La historia interminable, lo que a algunos ya nos toca muy hondo, y con la calidad de su sonido han conquistado mis oídos y, gracias a X, el de muchos otros. De momento sólo tienen un disco (Un día en el mundo, 2008) y un EP (Mira, 2005) que salieron a la luz después de que ellos mismos dieran un pequeño salto mortal y crearan su propio sello... ¿he dicho ya que no entiendo la industria de la música?
Bueno y aunque hablaría y hablaría de la calidad, aún superior, de sus directos y de cómo el público se entrega en sus conciertos... creo que ya me callo para ver esta versión de Valiente. La subida de ritmo, brutal, los arreglos, increíbles y el clima que crean... ¡que ya me callo!
P.D. Volumen a tope, cuanto más alto, mejor... es lo que tiene.
Mi móvil se ha suicidado esta noche porque, como el coronel, no tiene quien le escriba. Siempre ha sido un alma solitaria con una vida tranquila amenizada por algún que otro terminal juguetón que le hacía reír mientras esperaba con ilusión el siguiente mensaje. Era paciente y comprensivo ante cualquier posible falta de atención, pero también era muy tímido y le costaba abrirse creyendo que así se protegía de virus malos que le harían ponerse triste. Pero esta vez pasó lo que más temía: uno de última generación le rompió toda su ilusión. Después de luchar contra todos sus miedos y de arrancar a rellenar unos caracteres llenos de sueños... va "último modelo" y no contesta nunca más. Desde este momento se declara en huelga de silencio y poco después desaparece dejando esta breve nota de despido:
"Disfruté de las caricias de tus dedos, te deseo mejor suerte que la mía"